Últimamente estoy un poco
reflexiva, aunque la verdad es que este blog es una reflexión en sí mismo, es
expresión de cómo soy, de cómo me gusta vivir, de cómo me gusta pensar. Y es
que muchas veces escribo más por una necesidad de compartir y reconfortar-me por
el devenir de la vida que por cualquier otro motivo.
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El caso es que a lo largo de
nuestra vida nos proponemos planes de futuro, los imaginamos y soñamos con
ellos, son la meta por la que día a día luchamos, trabajamos y nos levantamos.
Pero ¿qué sucede cuando, a pesar de haber hecho los deberes con nota, no
logramos nuestro objetivo? Los planes están ahí, pero no los alcanzamos ¿hemos
equivocado nuestros objetivos? Posiblemente no, aunque quizá sí el modo de
enfrentarnos a ellos porque somos mucho más que nuestros planes.
Según Abraham Maslow, en su obra A Theory of Human Motivation, existe una
jerarquía de necesidades humanas en forma de pirámide, por la cual, sólo si se
satisfacen las necesidades más básicas se crean necesidades de niveles
superiores. Por supuesto, a nadie le es extraño que si no se tiene qué comer la
preocupación sea encontrar alimento
antes que encontrar un empleo o preocuparse por este antes que por ser una persona de
éxito, es decir, cuando se cubren unas necesidades se van descubriendo otras
nuevas y cada una de ellas influye en el modo en que vivimos y en nuestros
proyectos futuros.
Así pues, siguiendo la teoría de
la Pirámide de Maslow, no podríamos
alcanzar la cúspide sin antes tener satisfechos los niveles inferiores; sin
embargo, la realidad es que muchas personas alcanzan niveles superiores sin
tener ni siquiera cubierto en nivel inicial, gran ejemplo de ello es la
experiencia relatada por Víctor Frankl (El
hombre en busca de sentido) en el campo de concentración nazi, pero es que
diariamente nos encontramos con personas con muchos proyectos de vida, con mucha
ilusión, creatividad y satisfacción personal a pesar de vivir presos de la
enfermedad.
Esto nos demuestra que somos
capaces de darle la vuelta a la pirámide gracias a nuestra capacidad de
resiliencia, es decir, somos capaces de asumir situaciones límite y reponernos
a ellas. Somos capaces de darle sentido a lo que nos sucede, de darle una
explicación, de reinventarnos y de seguir siendo felices con nuevos proyectos
sin haber resultado demasiado tocados con el proceso.
Nuestra vida es como una empresa y, por ello, debemos comenzar a pensar como empresarios, estableciendo
metas a largo plazo, trazando un plan para lograr los objetivos, aliándonos de
manera empática con quienes siguen nuestro camino para ayudarnos mutuamente, siendo
flexibles con nuestra vida para vivir y convivir de manera distinta,
priorizando dentro de nuestro propio plan, porque, quizá, tratando de alcanzar
un objetivo que creemos prioritario, estamos dejando de lado otros muchos que
tal vez nos reportarían igual o mayor felicidad.
Por ello, retomando la pregunta del inicio de ¿hemos equivocado nuestros objetivos? opino que no, que los objetivos que nos plateemos siempre son buenos, pero debemos tener en cuenta que la vida sucede mientras buscamos esa meta primigenia y como en toda buena empresa hay que hacer evaluaciones y calcular los riesgos de seguir por un camino u otro, sabiendo con certeza que nuestra vida es mucho más que nuestra empresa, si una fracasa, podemos iniciar un nuevo negocio. Los planes los podemos cambiar, pero las metas las debemos mantener. En este empeño unos compañeros de aventura que nunca deberíamos olvidar son la risa y el buen humor, pues son los mejores para reconfortar y para transformar el negro de algunas situaciones en gris clarito.
Además, partimos con una ventaja
que no tienen muchas empresas, pase lo que pase, siempre alcanzamos un
objetivo, VIVIR.
“La
diferencia entre lo que hacemos y lo que seríamos capaces de hacer bastaría
para resolver la mayor parte de los problemas del mundo”. Gandhi
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